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Las navidades no son Mad Men



Imagina la escena:

Llegas tras un largo viaje de nuevo al hogar de tu infancia... o no tan largo, igual vives en el piso de abajo, pero te haces una idea. Llegas, decía, al hogar de tu infancia y te recibe en la puerta tu madre, con sus mejores galas, su vestido más bonito, panties y zapatos elegantes, se ha puesto los pendientes de la abuela. Tras ella, tu padre, con traje. La casa está llena de espumillón, bolas de Navidad y, en una mesa larga montada ex profeso en el comedor, el Belén ya está montado, con un pequeño riachuelo con agua auténtica, movido por un diminuto molino a pilas y un caganet haciendo de las suyas en segundo plano.


Sobre la mesa, peladillas, turrones, duros y blandos, alfajores, vino dulce, chocolates, suficientes para intoxicar y hacer entrar en coma diabético a un regimiento de artillería, los platos principales, carnes y embutidos, marisco y pescado fresco, sopa de almendras, cóctel de langostinos. Todo está perfectamente expuesto como en un anuncio televisivo, la mantelería buena, las copas de vino, la cubertería de la herencia familiar. Tras todo este despliegue hay horas de cola en los puestos de mercado para comprar los víveres tradicionales de estas fiestas, eso sí, pagados al doble o al triple de su precio habitual, interminables mañanas y tardes trabajadas para pagar alimentos que son la sal de la fiesta, y una parte sine qua non de como entendemos los latinos celebrar la Navidad, extenuantes horas al calor de la cocina, cocinando sin parar. Paquetes envueltos bajo el árbol, adornado con luces brillantes, con lazos de colores, bajo esferas que reflejan las luces y las multiplican y nos envuelven en el ambiente suave y multicolor que se convertirá en los recuerdos que durante el resto de tu vida atesorarás...




Para la mayor parte de los que crecimos en los 80, con variaciones familiares, este ha sido el panorama de nuestras celebraciones navideñas. Una estampa idílica, construida en la cabeza retorcida y vengativa de un publicista bien espoleado por un porcentaje goloso en los años 60 en Estados Unidos. La Navidad de nuestros sueños, la que todos recordamos, o no recordamos, pero los anuncios y la melancolía de desear lo que nunca conseguimos en su máxima representación perfecta nos hace creer que recordamos. No me creas cínica, tengo mi memoria llena de celebraciones divertidas, de luces brillantes, de regalos espectaculares que cubrían todas mis perspectivas y deseos infantiles... pero me he hecho mayor, y pagana, en el camino. Y no puedo evitar ver otras cosas, y sentir otras cosas, y entender el sufrimiento, el adoctrinamiento y la manipulación que hay tras esta imagen idílica.


Como mujer, esa estampa engalanada, con la casa perfectamente arreglada, la mantelería 'buena' impecablemente planchada y extendida sobre la mesa abierta, llena de platos trabajosos, ese festín de la postguerra no me representa. Pon a esa mujer un collar elegante de perlas (¡Mi madre de hecho lo hacía!), una coctelera en una mano y un vaso de martini seco en la otra, preparado con esmero para el marido cansado después del trabajo, y tendrás la estampa idealizada de Betty Draper en la serie de HBO Mad Men.

Como consumidora responsable, concienciada, exigente, pagar a precio de oro alimentos que puedo -y lo hago- comer en buena compañía en cualquier momento del año, pero pagados a precios ridículamente caros no sólo no va conmigo, sino que me deja estupefacta. Comer cordero, por ejemplo, en un tiempo en que hay cordero en el mercado todo el año, deglutir marisco como si no hubiera visto en mi vida una centolla y ponerme ciega a azúcar como si fuera la apoteosis de la diversión ni me alegra, ni me pone contenta ni hace crecer en mi el espíritu de fiesta. Porque no soy una Betty Draper atrapada en una sociedad que me encadena a un aspecto físico y unas actividades 'adecuadas' para mi sexo y condición. Porque no he sobrevivido a una guerra y a una postguerra que hayan vaciado las tiendas y los mercados de carne, verdura y fruta fresca y sienta que comer como un animalito desatado es hacer fiesta. Porque soy pagana, y celebro de otras maneras que he aprendido con el paso de los años a base de sentirme sola, y desplazada e incomprendida en ocasiones. Pero, sobre todo, porque este tipo de celebraciones, absolutamente centradas alrededor de carencias que no he vivido y de arquetipos importados por la televisión, no tienen nada que ver conmigo.


Pero, entonces, ¿cómo disfrutar de las celebraciones familiares o personales Navideñas cuando eres pagano?

A medida que nuestra vida espiritual va haciéndose un hueco en nuestra vida mundana, muchas de estas sensaciones de que lo que creíamos tradicional en realidad no es tal empiezan a aparecer en nuestra consciencia, y lo que antes vivíamos con ganas, y esperábamos ilusionados, nos empieza a dejar vacíos, perplejos y nos resulta superficial. No es un proceso automático, pero sí (como ocurre con todos los cambios) puede ser doloroso. Habrá una época en que ya no quieras hacer ciertas cosas que antes te parecían normales, y deseables, y no tendrás nuevas costumbres auténticamente tuyas con que sustituirlas. Te sentirás descentrado y sólo y rodeado de una sociedad que, te parecerá, no reflexiona y tiene puesto el automático.


Todos esos sentimientos son normales, créeme: Esto también pasará. Para hacer paso a lo nuevo, a nuestro auténtico yo, primero tiene que haber un vacío. Hay que dejar espacio para lo que está por llegar y que dará lugar a tus propias celebraciones, llenas de alegría, profundo significado pleno, autenticidad y, sobre todo, REALES. Para hacerte la transición más fácil, si eres un joven pagano que se enfrenta por primera vez a estas festividades, o una pareja de nuevos paganos que quieren crear en su hogar sus propias celebraciones, he creado unos pequeños trucos para aprender a integrar lo que está ocurriendo en tu interior con lo que está pasando en el exterior y también quiero contarte algunas de mis costumbres más íntimas y personales, con la esperanza de que te sirvan de inspiración y de ayuda si los cambios te hacen sentir una pérdida de significado.


Atiende a reuniones de amigos, compañeros de trabajo y de familiares lejanos, pero no participes en las comidas formales


En la mayor parte de esas reuniones, en el exterior o en el hogar, hay un tiempo de picoteo, de tomar una copa de champán y de charlar, antes o después de las comidas. Quédate hasta entonces y busca una excusa después para marcharte después. De esa manera pasarás un rato agradable y divertido, pero evitarás las comilonas sin sentido, beber en exceso y las frecuentes discusiones y malos entendidos sobre temas banales y controvertidos que bajan tu ritmo vibracional y te hacen sentir 'diferente' en tu estilo de vida más espiritual, y solo y aislado. La Navidad es la celebración del nacimiento del Niño Dios en el mundo, del Cristo de los cristianos. En una sociedad cada vez más y más descreída, que no se hace preguntas y no se plantea sus propio hábitos y motivaciones, un porcentaje muy grande de la población se siente sola, estresada, y no disfruta de la comida, de la bebida, de la compañía o del momento espiritual, porque la celebración literal ha perdido significado para ellos y no se plantean el status quo. No actúan, sólo reaccionan. Eso no les hace mejor o peores personas, pero sí incide muy profundamente en los sentimientos de depresión, ansiedad y desconexión que sufre nuestra sociedad. No se puede vivir una celebración espiritual plena en un ambiente descreído y tóxico, y no hay intercambio de energía más profundo que compartir la mesa y la comida.





Compra alimentos tradicionales, sólo elaborados en tu región, sólo de primeras calidades y sólo en las cantidades lógicas para el número de miembros de tu familia.

Los latinos nos reunimos alrededor de la comida y disfrutar de la buena gastronomía es una parte fundamental de nuestra cultura. ¿Por qué? Porque provenimos de entornos rurales, en la mayor parte de terrenos a los que hemos tenido que arrancar, a veces literalmente, un gramo de alimento. Tierras duras, ariscas, difíciles que se han hecho valer y que nos han convertido en lo que somos, pueblos duros y resistentes. Celebrar una cosecha abundante, cuando la cosecha se ha regado con sangre sudor y lágrimas, es un placer para los sentidos que se quiere compartir con los seres queridos... ¡Miradnos, estamos vivos y hemos sido bendecidos!


En mi cultura, tenemos un dulce especialmente tradicional, el turrón. Hecho con miel cruda de abejas, almendras marconas y clara de huevos frescos, el turrón es un dulce tradicional de esta época, por temporal, con un profundo significado histórico, cultural y práctico (era una manera fantástica de conservar estas materias primas). El turrón es una delicia que, nos gustaría, pudiera haber todo el año. La realidad es que sería posible tenerlo, hoy en día hay almendras y miel siempre, pero sólo se fabrica en cierta época por motivos de marketing: No se trata de que lo disfrutemos, sino de que lo devoremos y consumamos sin medida. Y, si miramos su composición, ni lleva auténticos huevos, ni auténticas almendras españolas ni muchas veces miel, sino jarabe de maíz, almendras chinas y conservantes, para hacer que ese mejunge de materias primas de muy baja calidad no cree vida y salga andando por su propio pie. ¿En qué te acerca a tus ancestros, en qué ayuda a tu comunidad, en que honras lo que hay de hermoso en la familia, en el amor y en la compañía de los seres queridos el sorbato potásico, los frutos secos tratados con glifosato y traídos de 5.000 kilómetros contaminando los mares y el aire? ¿Cómo te hace feliz los empachos, los cinco kilos de más y las borracheras de azúcar? Lo mismo se podría decir para el resto de los platos que en su momento fueron típicos en nuestras mesas en estas fechas. Haz cuentas, lee con espíritu crítico las etiquetas. No compres por inercia. Hazte preguntas. Compra con cabeza, con espíritu pagano. Honra a tus ancestros, pues fueron ellos, su trabajo y su esfuerzo los que te han donado el privilegio de estar aquí ahora y poder decidir entre miles de posibilidades lo que haces con tu cuerpo, tu mente y tu vida, y que dejas como herencia a los que vendrán. Compra pensando en aportar algo a tu comunidad, a la que perteneces y te sustenta. El gasto consciente también es ser pagano en estas fechas y muchas veces, cuando estás Despierto, menos resulta ser más.


Decide qué celebraciones harás y cuáles no, y dedica el resto del tiempo al placer de tus actividades favoritas.

En mi casa, se celebra el solsticio de invierno la noche del 24, y el fin de año la noche del 31. Eso es todo. El día 25 y el día 1 lo dedicamos a escuchar música, pasear por el campo silencioso, beber chocolate caliente, charlar, a juegos de mesa y a películas de confort. No vamos a cenas, comidas, aperitivos ni reuniones ni el 25 ni el 1. No celebramos con nadie la noche de Reyes. Esos días son para nosotros, para la familia íntima, para la celebración pagana de alegría de vida y de la honra a estar juntos. Y no, ni estamos tristes, ni echamos de menos nada ni nos sentimos desconectados. Esos sentimientos, en los primeros años de cambio de paradigma, no provienen de lo que te estás "perdiendo". Provienen de la melancolía de lo que podía haber sido, del recuerdo de los que estuvieron y ya no están, del bullicio y del jolgorio de consumir cuando consumir podía hacerse sin conciencia. Pero, una vez que despiertas, no hay vuelta atrás. Hay, sin embargo, un millón de posibilidades adelante. Date la oportunidad a ti mismo de descubrirlas. Te sorprenderá la alegría, la diversión y la paz que encontrarás.


Haz tus regalos a mano

Durante los primeros años de la transición de mi familia al paganismo, el problema número 1 fue el tema de los regalos. La presión económica y social de comprar y comprar, regalar y gastar nos ponía en una situación mental insostenible a medida que comprendíamos mejor qué significan estas fiestas para nosotros. Un año, por probar, decidimos que haríamos sólo regalos a las personas más allegadas y sólo hechos 100% a mano. Nos pusimos en contacto con nuestros seres queridos y les explicamos nuestro proyecto, remarcando sobre todo el esfuerzo que crear esos regalos especiales iba a suponer para nosotros en cuestión de tiempo y de aprender nuevos recursos y habilidades, y cómo esto limitaría la cantidad de regalos y el número de personas a quienes podrían estar destinados.


No te quiero engañar, muchos seres queridos se sintieron ninguneados. Eso sólo nos sirvió para entender más profundamente de qué manera el gasto económico ha sustituido muchas veces el cariño verdadero, y cómo compramos para contentar a personas que en realidad no amamos y no aportan nada a nuestra vida. Otros familiares y amigos no sólo comprendieron, sino que empezaron también a hacerlo en sus propias celebraciones. Durante 7 años no hicimos ni un sólo regalo en estas fiestas que fuera comprado. Imagina la de horas ideando, viendo tutoriales, buscando materias primas, y la ilusión tremenda de ver cómo alguien a quién quieres desenvuelve ese objeto que te ha costado a veces meses hacer. Impagable.


Bendice la mesa

Cuando cenamos o comemos con familiares cercanos que no son paganos, no todas las personas viven estas fiestas de una manera espiritual o consciente de la celebración. Para muchos, es una escusa maravillosa para reunirse con personas queridas que llevan quizá tiempo sin ver, pero para otros es un momento tenso que pasan con parientes con los que no se llevan bien y cualquier cosa puede hacer saltar la chispa. Como paganos, somos muy sensibles a estas tensiones y somos los que más sufrimos. Antes de empezar a comer, bendice la mesa, y advierte a las personas que te acompañan de lo que vas a hacer y por qué. Bendecir la mesa hace a todos los comensales conscientes de lo que estamos haciendo -alimentarnos gracias al esfuerzo de los que han sacrificados su vida por nuestra salud y bienestar- y a quién debemos el festín que disfrutamos. La divinidad, los animales y plantas, las personas que las cultivaron y criaron, las que han cocinado, muchas veces no son agradecidas en un momento que, se supone, es de agradecimiento. Bendiciendo la mesa cambiarás el ritmo vibracional de todos los presentes, te aseguras de honrar tus propias creencias espirituales y cargarás la celebración de las energías positivas y bendecidas de las divinidades.


Crea tu propio ritual de agradecimiento, e invita a tus seres queridos a participar

No tiene que ser nada más complicado que encender ritualmente una luz para agradecer los dones recibidos este año, junto con una oración dicha en voz alta, y tampoco tienen que estar presentes los símbolos de tus creencias que resulten más incomodos para las personas que te rodean, pero seguro que será algo diferente y potente que aportará paz a todos los participantes y les hará verte a ti y a tus creencias con más respeto y con otra luz.


No hagas cosas sin pensar, atrévete a innovar.

Sea ir a un cotillón de fin de año, participar en una rifa navideña, comer un plato exquisito o pasar tranquilamente nochevieja viendo la televisión en pijama, hazte preguntas: Esto que he hecho siempre, ¿es lo que quiero hacer este año? ¿me hace feliz? ¿me llena? ¿hay algo que quiero hacer para lo que nunca tengo tiempo y que me llenaría mucho más? Ser crítico con nosotros mismos, hacernos preguntas, probar cosas nuevas y crear nuestras propias celebraciones, tradiciones y costumbres es mucho de lo que significa ser pagano. Durante 10 años después de nuestra entrada en el paganismo, mi marido y yo celebramos nuestra cena de Nochevieja en un restaurante chino de nuestra ciudad. En el segundo año, la familia que llevaba el restaurante ya nos estaba invitando a su propia mesa a cenar, dónde probamos algunos de los más increíbles platos tradicionales cantoneses. En el tercer año, ya estábamos compartiendo los miles de cohetes y fuegos artificiales que lanzaban al llegar las campanas. Por alguna razón, el liberarnos de la encorsetada celebración familiar y pasarla con desconocidos, que era paganos como nosotros, nos ayudó a reescubrirnos interiormente y a saber qué queríamos realmente para nuestra propia celebración pagana, que ahora pasamos en casa y en familia, realizando el ritual de prosperidad de la vela que creamos hace más de 20 años y que nos acompaña desde entonces.


En España es tradicional tomar 12 uvas con las campanadas de medianoche y es una superstición casi intocable no hacerlo. Créeme, el cielo no va a caer sobre tu cabeza su tu prefieres este año pasar ese momento junto a tu altar devocionando, o bailando en casa de tus mejores amigos... o leyendo un libro en la cama. He pasado algunas de las Nocheviejas más increíbles de mi vida dentro de un círculo mágico, levantado en el centro del cuarto de estar de nuestro hogar, rodeada de velas, el árbol de Navidad, viendo las campanadas en la televisión (sí, tele junto a un círculo mágico) mientras liberaba hechizos de prosperidad para más de 100 personas. No hay nada escrito en piedra, nada es inamovible, todo está por re escribir, por re descubrir, por decidir en la vida de un pagano que ha tomado el camino de vivir su vida de una manera más auténtica, honesta y real. Sólo tienes que darte a ti mismo el tiempo y el espacio para saber qué es lo que deseas de verdad.


Crea el cambio que quieres vivir.

¡Mucho Amor! Maeve









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